lunes, 28 de septiembre de 2009

Historia de la vida de Ryan Gracie, traducida al español.

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Ryan Gracie murió en algún momento entre las 5.30 y 6.50 de la mañana, del sábado, día 15 de diciembre de 2007.


Tenía 33 años. Vivía con Andrea Coli, una chica mona, heredera de grande fortuna, con quien se iba a casar después del carnaval; Ryan estaba preparado, ella tenía el vestido de prometida de su madre. Ryan quería a su hijo Rayron, de 6 años, fruto de un romance pasajero. Era muy querido por familiares y amigos y un mito de las competiciones de vale-tudo. Su nombre adorna, sólo en la ciudad de São Paulo, la fachada de 25 academias de jiu-jítsu, deporte que su familia, de origen escocés, implantó en Brasil, hay tres generaciones.

Ryan Gracie venció cinco Prides, el mayor evento de vale-tudo, realizado anualmente en Japón. Era adorado por los japoneses, rodearlo después de las victorias iban a rodearlo, durante las luchas, gritaban insaciantemente su nombre con un sonido casi infantil: “Greiciiiii!!!”. Ryan era un héroe en la patria del jiu jitsu.



Su muerte fue un duro golpe para su familia. “Que pena... El era un luchador excepcional”, dice Renzo, su hermano mas querido y entrenador en las competiciones internacionales. “Si disputase las olimpiadas en la modalidad greco-romana, ciertamente nos traería una medalla.”

Sus virtudes, según su familia y los amigos, tenía una combinación precisa de furia y técnica que exhibía en los ringues. “Él era una persona con generosidad absurda”, afirma la hermana Flavia, cuya hija, Kyra, 19 años, era el xodó de Ryan. “En una familia en que sólo los hombres brillaban, él me dio una fuerza enorme”, dice la sobrina, hoy faixa-preta de jiu-jítsu. “Cuando supo de su muerte, lloré mucho por dentro”, dice el luchador Vitor Belfort, otra leyenda del vale-todo. “Él hará mucha falta.”



“Ryan siempre fue un niño muy amado”, dice la madre, Vera Gracie. Pasados tres meses de la muerte del hijo menor, aún llora mucho cada vez que oye su nombre o ve una foto suya. “Yo sé que todos nosotros tenemos un tiempo marcado aquí en la Tierra y que nadie lo ultrapasará”, dice. “Pero duele demasiado saber que nunca más veré su rostro sonriente.” Más realista y resignado, su padre, el legendario luchador y profesor de jiu-jítsu Robson Gracie, exalta los atributos del hijo, sin embargo, delatar sus trazos problemáticos. Después de la muerte de Ryan, Robson tejió el siguiente comentario a la Gracie Magazine, revista bilingüe producida por Carlos Gracie Jr., primo de Ryan: “Mi hijo está descansando, durmiendo, después de vivir intensamente sus 33 años. A pesar de algunos señores, Ryan fue un guerrero, un caballero de la aventura, un héroe de los ringues. Él fue un campeón y el espíritu de él va a permanecer”.

De entre todas las personas próximas a Ryan, la más abatida con la tragedia parece ser su prometida, Andrea Coli. “Él era un bebé grande”, dice. “Jamás cobró nada de los ex-alumnos que abrieron academias con su nombre.” A los 32 años, Andrea es una economista experta. Hizo MBA y comanda el área comercial de la Itapemirim, empresa fundada por su padre y dueña de la mayor flota de autobús de transporte interestadual de Brasil.



Andrea, católica, va a la misa todos los domingos. “Ryan se tatuó la palabra Dios en la espalda”, afirma. “Era para contrabalancear el otro tatuaje, con la palabra devil (apenas) más abajo”. Andrea es vegetariana desde los 13 años de edad. “Yo siempre tuve pavor de comer los bichos”, dice. Los dos se conocieron en 1997, en la playa paulista de Maresias. “Fue pasión a primera vista”, dice ella.

“Comencemos a enamorarnos, pero yo estaba de partida en Estados Unidos, donde hice la facultad.” Andrea cursó la Universidad de California en Santa Bárbara (UCSB) de 1998 hasta 2003.

De vuelta a Brasil, mantuvo con Ryan una relación de ideas y venidas, hasta que, en el año 2005, pasaron a vivir juntos en el apartamento de él (Ryan) en el barrio paulistano del Itaim. Con lágrimas a escurrir por en su cara, Andrea dice: “Él fue el único gran amor de mi vida”.



Ryan era carioca. Nació en la clínica São Sebastião, en el barrio de Son Conrado, y vivió hasta la adolescencia entre el llamado Quiebra-Mar, en el inicio de la orilla de la Barra de la Tijuca, y el Recreo de Bandeirantes, entonces una playa yerma y paradisíaca. Según la madre, Vera, tuvo una infancia absolutamente tranquila. “Él siempre fue una persona muy cariñosa”, dice. “Cuando mi padre estuvo enfermo, Ryan pasaba los días con él, bajo las cubiertas, asistiendo a la TV.”



Como muchos de sus amigos, Ryan creció cogiendo ondas, deambulando por los centros comerciales y dando poca importancia a las clases, aunque haya completado el bachillerato. “Nunca lo oí decir que pretendía ser médico, abogado o ingeniero. Él siempre soñó ser un luchador”, cuenta la madre. Ryan comenzó a entrenar jiu-jítsu a los 3 años de edad. Pre-adolescente osado y extremadamente activo, vivió una experiencia destacada, aunque casi no la mencionara después de adulto: fue doble del actor Jonas Torres, el Bacana de Armazón Ilimitada, serie que marcó la vida de mucha gente los años 80 “. Él tenía 13 años y viajó mucho para hacer grabaciones”, cuenta la madre. “Él hacía las escenas más peligrosas, como surfear, saltar muros, saltar de las piedras en el mar, correr de bicicleta o de skate”, dice la prometida, Andrea.

“Yo me preocupaba con las peleas en las que se metía, más grande”, dice la madre. “Pero ellas me parecían cosas normales, típicas de la edad.” Con los años, sin embargo, esas reyertas asumieron un tono más serio. A los 17 años, fue llamado hijo de puta por un policía, Ryan le destrozó la nariz y los supercílios con un cabezazo devastador. “Él jamás llevó un problema a casa.”



“Era parte de su naturaleza”, dice la hermana Flávia. El temperamento explosivo hizo con que Ryan se metiera en muchas otras contiendas callejeras. En una de las más célebres, contra el luchador Tico – Sebastião Gonçalves Filho, su rival confeso –, Ryan, tiene mejor estilo que Mike Tyson, arrancó con una dentada un considerable cacho de la oreja derecha del adversario. En YouTube hay un vídeo amador de esa lucha. En otra ocasión, durante un churrasco en la Academia Gracie de la Barra, Ryan encaró un enemigo insólito: un enorme perro boxer, que avanzó sobre él con los mostrando los dientes. Ryan lo enfrentó a gritos. Minutos después, la fiera se acostó plácidamente a su lado. La frecuencia de esos episodios consolidó la fama de Ryan como uno de los exponentes de los llamados bad boys, practicantes de jiu-jítsu violentos, muchos inflados por anabolizantes, que salen por la noche creando problemas.



Casi siempre victorioso en esas reyertas, Ryan pasó a ser cada vez más querido por los amigos. En cambio, acumuló una colección de desafíos, rivales que encaró en los ringues o calles, vigiláis que hube zurrado, maridos o padres de mujeres que hube llevado hacia la cama. Creó, a los ojos de muchos, una fama de gamberro y mujeriego. Aparentemente justa. El propio padre, Robson, declaró en 2004 a la revista Gracie: “Ryan es dulce de leche en la boca de las niñas, desatador de elástico de bragas de mujer sabida”.

Ninguno de esos enemigos, sin embargo, se reveló tan odioso e implacable cuanto él propio (Ryan). La furia de Ryan Gracie, un Mike Tyson de quimono, jamás se limitó a los adversarios. Siempre tuvo un impulso autodestructivo. Un trazo que, al largo de la vida, lo causó en una escalada permanente. Ya adulto, y haciendo incursiones cada vez más peligrosas por el territorio de las drogas, ese impulso lo destruyó.

Todo indica que, en los últimos cinco años, Ryan buceó en las drogas con la misma voracidad con que se entregaba al combate. Ryan sufría. “Él estaba huyendo de él aún”, dice el padre, Robson. “Intentamos hacer un acompañamiento psicológico, pero él se rechazó.” Bajo las miradas impotentes de la familia y de los amigos, sus síntomas fueron agravándose. Ansiedad, crisis de pánico, depresión, síndromes de abstinencia cada vez más severas y, por fi m, brotes persecutorios pavorosos.



En el último de ellos, en la mañana de la víspera de su muerte, Ryan dejó su apartamento, cuyo lugar, hizo poco a poco un ringue de verdad como pieza principal de la mobiliaria, con la cabeza fría y un enorme cuchillo de en las manos. Amenazándolo con la lámina, robó el coche de un señor anciano que pasaba. Dirigió trastornado por menos de 200 metros, hasta hilar el vehículo en el banco de una plaza vecina. Asaltó, entonces, un motorista, para escapar. Mientras intentaba huír con la moto, el muchacho lo golpeó en la cabeza con el casco. Dos decenas de motoristas se juntaron al compañero y dominaron a Ryan, hasta que policías se lo llevaron.

Ryan Gracie solía decir a los amigos que, como Jesus Cristo y Ayrton Senna, moriría a los 33 años. Menos de 24 horas después, la profecía se cumplió. El gladiador estaba muerto. Los informes sobre su muerte apuntaron una combinación explosiva: drogas (cocaína y marihuana) y por lo menos cinco medicamentos: un antipsicótico (Dienpax), un antialérgico (Fenergan), un antipsicótico (Leponex), un anti alucinógeno (Haldol) y un anticonvulsivante (Topamax). La causa de la muerte fue anunciada días después. “La combinación de los cinco remedios con la cocaína y la marihuana restantes en su organismo produjo una grave depresión del sistema nervioso céntrico y una parada cardiorrespiratoria”, dice el médico Laércio de Oliveira, legista del Instituto Médico Legal (IML) que suscribió el informe.

Ryan, evidentemente, tiene la responsabilidad por la presencia de vestigios de marihuana y cocaína en su sangre. Cuanto a la medicación, ella fue ministrada por una figura enigmática: el médico bahiano Sabino Ferreira de Farias Neto, 56 años, cuya clínica, la Maxwell, trata casos de dependencia química en la ciudad paulista de Atibaia. Sabino vive ahora una situación delicada. “Estoy inclinado a denunciarlo por homicidio doloso, pues creo que él asumió el riesgo de matar Ryan al administrarlo una combinación tan peligrosa de medicamentos”, dice el fiscal Paulo D’Amico Jr.



A la revista FANTÁSTICO. “La cantidad de drogas de diferentes clases usadas en una misma situación puede potenciar las interacciones entre los medicamentos y los efectos colaterales, especialmente cardíacos”, afirma el psiquiatra Marcelo Feijó de Mello, profesor de la Universidad Federal del Estado de São Paulo (Unifesp).

Los primeros abogados que contrató abandonaron la causa. Su clínica ya no atiende llamadas de la prensa y enfrenta la amenaza de una huída de pacientes. Maxwell, el nombre de la clínica, es una referencia al psiquiatra inglés Maxwell Jones, uno de los pioneros de la tesis de que los pacientes aprenden a superar dificultades con la ayuda de otros en la misma situación. Amplio caserón en una de las avenidas céntricas de Atibaia, la clínica se acuerda un spa, con piso de mármol, salón de juegos y hasta un piano en la sala. Posee 50 suites, individuales o parejas, para casos en que familiares acompañan los pacientes.

El lugar abriga aún un restaurante, academia, piscina y sala de televisión. La mensualidad varía de R$ 10 mil a R$ 30 mil. Allí ya estuvieron ingresados, entre otros, el cantante Rafael, ex-vocalista del grupo Dominó, y el actor Maurício Mattar, ex-marido de Flávia Gracie, hermana de Ryan. Fue Mattar quién, después de una internación para librarse del alcohol y de las drogas, recomendó la clínica a los familiares de Ryan.

Sólo lo vio dos veces. La primera en el fin de 2006, cuando el luchador tuvo su primera crisis más aguda. Ryan alternaba, hasta entonces, periodos de abstinencia y recaídas. En el Carnaval de 2006, pasó 15 días ingresado en una clínica paulistana. “Él no aguantó quedarse más, de tan avasallado que se sentía con los remedios”, dice la prometida, Andrea.

Amigos y enemigos reconocen que, en las fiestas, Ryan solía ir de más de la cuenta. Hacía uso frecuente de cocaína y alcohol y, después, recurría a los comprimidos de Dormonid, un poderoso sedante que ya tomaba regularmente, para bajar la euforia provocada por el polvo. “Él tomaba uno o más comprimidos y, aún así, sólo dormía dos o tres horas por noche”, dice Andrea.



Cierta vez, llamaron a la casa de Ryan diciendo que uno de sus amigos, Betinho, estaba bajo un viaducto del viejo centro paulistano, delirando de tanto fumar crack y creyendo que un mendigo era su padre. Ryan fue recogerlo y lo abrigó en el propio apartamento. “Ahí él comenzó a hilar el pie en la jaca otra vez”, dice la prometida. Fue entonces que, madre de Ryan, Vera Gracie, llamo a Sabino.

En la visita, el médico recomendó que Ryan Gracie que se le ingresara. Él rechazó. “Usted necesita limpiarse, muchacho”, dijo Sabino. “No. Yo me curo solo”, fue la respuesta. Ryan prefirió desintoxicarse en California. Vivió tres meses en San Francisco. En ese periodo, se quedó hospedado en la casa del hermano Ralph, que dirige cinco academias en el estado americano, y se dedicó a los entrenamientos. “Cuando volvió, su mente estaba limpia”, dice Andrea. “Abrimos juntos la academia, él volvió a dar clases diarias y sus alumnos ganaron muchos torneos.”



En octubre de 2006, en un episodio oscuro, Ryan tuvo la vena aorta femoral de la pierna izquierda perforada por el disparo de una pistola 9 mm. Según la hermana Flávia, el tiro, accidental, ocurrió en su casa, en el Río. Otra versión, susurrada por practicantes de jiu-jítsu, dice que Ryan fue blanqueado en un bar de la Barra por el marido de una mujer con quien hube tenido un caso. “El sujeto asestó en los genitales, pero acabó errando el tiro”, dice una fuente, que pide anonimato. De todo modo, el caso fue serio. “Ryan tuvo una fuerte hemorragia, perdió casi toda la sangre. Llegó inconsciente al hospital, con una parada cardiorrespiratoria, pero lo trajeron de vuelta”, dice Flávia. Un mes después, sin embargo, Ryan caminaba normalmente.

“Fue entonces cuando me di cuenta de los problemas de él eran muy serios”, dice Andrea. “Él vivía triste y deprimido y tenía siempre Dormonids cerca.”



A mediados de 2007, Ryan pasó a tener brotes persecutorios menos espaciados y más preocupantes. “Él comenzó a decir que podrían pinchar nuestros teléfonos o secuestrarnos. Sentía mucho miedo, a punto de ya no querer salir de casa”, cuenta Andrea.

“Cuando él iba a eventos, yo mandaba mis guardas jurados junto, para que se sintiera tranquilo.” En el fin de semana anterior su muerte, Ryan tuvo nuevamente. “Él creía que estaba siendo perseguido y pidió ayuda de la policía para volver hacia casa”, dice la prometida.



El miércoles siguiente, 14 de diciembre, Ryan comenzó a teclear el final capítulo de su propia vida. Dijo que iría a participar a un evento. Andrea decidió dormir en la casa de su madre. Ryan fue de fiesta con amigos. “En la quinta, llamé a él antes de ir a trabajar y lo hallé medio extraño. Para no pelear, lo dejé tranquilo y pasé otra noche con mi madre”, cuenta la prometida. El viernes, la empleada de Ryan telefoneó, diciendo que él estaba pasando muy apenas; el mismo brote lo fustigaba, sólo que, de esa vez, muy fuerte. “Llamé a Russo, primo de Ryan, que fue al apartamento, pero él había salido hace unos 15 minutos.”

Finalmente lo localizaron en el 15º Distrito Policial (Itaim). “Dijeron en la comisaría que él necesitaba de un atestado médico de que era dependiente y recomendara la internación”, dice Andrea. Flávia voló hacia São Paulo y llamó el doctor Sabino. A las 20h30, Andrea habló con Ryan por la última vez. “Él me dijo que estaba bien y pidió que yo fuera hacia casa”, ella dice. Sabino llegó a las 22h30. Ryan, estaba en buen estado, comió un bocadillo. Aprovechando el asedio del mas media, lo vigilaron el Grupo de Operaciones Especiales (GOE) insistieron en acompañarlo hasta el IML, para el examen de cuerpo de delito. Ryan estaba lúcido. Reclamaba sólo de dolores en el hombro.





En el IML, como estuviera esposado, cosecharon muestras de sangre de las venas de sus pies. Sabino se aproximó, entonces, con una bandeja metálica repleta de medicamentos. Quebró tres ampollas de Haudol y dos de Fenergan e inyectó cada uno de los remedios en una nalga de Ryan. Después le dio una copa de plástico, lleno de comprimidos. “¿No es mucha cosa, doctor?”, preguntó Flávia. “Su hermano es un león; necesita de una dosis extra”, habría respondido el médico.

Ryan siguió, entonces, para otro distrito, el 91º, que tienen a los detenidos durante los fines de semana. “Él salió andando normalmente pero, al llegar, tuvo que salir del coche amparado, pues estaba muy drogado”, dice Flávia. Sabino, le quitó la presión: 17 por 12. Le administro, entonces, 25 miligramos de Capoten para bajarla, 10 miligramos más de Dienpax y, antes de ir aunque, otro comprimido. Según Flávia, el médico habría dicho: “Toma, Ryan: ese es uno de mis”.



Volvería a las 9h, con los abogados. Media hora después, Sabino llamó a la hermana de Ryan, diciendo que quería recibir los R$ 5 mil de la consulta y otros R$ 500 por los medicamentos. “Él insistió en recibir todo en dinero”, dice Andrea. Como no tenía toda la cuantía en casa, ella entregó al médico, que pasó en su casa poco después de la llamada, R$ 3 mil en notas de R$ 50 y un cheque de R$ 2.500. Por semanas Andrea no percibió ningún movimiento en su cuenta referente a ese cheque. El día 6 de marzo, sin embargo, fue descontado. “Él aún tuvo ese coraje de cobrarlo”, ella dice.

Por sugerencia del médico, en aquella madrugada Andrea también despachó su conductor para la comisaría, llevando R$ 100, que fueron entregados a un carcelero. “Ryan quiere pedir una pizza”, dijo Sabino.

Minutos antes de las 7 horas, el móvil de Andrea tocó. Era el carcelero, que dijo: “Corra para la comisaría que él está pasando muy apenas”. Llamaron a el doctor Sabino, que recomendó, por teléfono, dos ampollas más de Fenergan. En la llegada al DP, la noticia: “Nada mas ver la cara del delegado, comencé a llorar”, afirma Flávia. “Él dijo: ‘Tranquila, tranquila... Su hermano falleció’”.



Ryan Gracie estaba solo en un zulo con cerca de 6 metros cuadrados. Otros presos dijeron que él se asfixiaba mucho, emitiendo un sonido ronco extraño desde antes del amanecer. No pidió socorro. De pronto, se quedo quieto. Ryan estaba sentado en un canto de la celda. Sus piernas formaban un leve arco en el suelo sucio. Su cuerpo pendía para el lado izquierdo. Sus ojos, semi-abertos, asestaban el vacío. Su lucha, había terminado.

fuente:http://cocodrilotopteam.blogspot.com/2009/09/historia-de-la-vida-de-ryan-gracie.html

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