viernes, 2 de octubre de 2009

“Boxeador, reflejo del mexicano”

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Luis Carlos Sánchez
El 6 de noviembre de 1957, Raúl Ratón Macías peleó en Los Ángeles contra Alphonse Halimi por la unificación del campeonato mundial. En vísperas del encuentro, recuerda el periodista y cronista José Ramón Garmabella, la cabeza principal a ocho columnas de Últimas noticias, de Excélsior, rezaba: “La iglesia ora por la victoria del Ratón”.
La popularidad del boxeador, fallecido el 23 de abril pasado, fue comparada por muchos con la de Pedro Infante. Su gloria corrió a la par del surgimiento de la televisión y muchos afirman que ningún aparato permanecía apagado durante sus encuentros, por el contrario, incluso se rentaban sillas frente al televisor por sólo un peso, que incluían torta y refresco.
Dueño de un estilo cuya fuerza golpea por el lado de la franqueza, la inteligencia y el leguaje ameno, Garmabella ha ocupado una esquina del ring para enfrentar a los hombres detrás de la leyenda. Grabadora en mano y con los oídos de un periodista de viejo cuño, el cronista asesta un nuevo golpe: la publicación del libro Grandes leyendas del boxeo (Random House Mondadori, De Bolsillo, 2009) en donde recoge los testimonios del Ratón Macías, José Ángel Mantequilla Nápoles, Ultiminio Ramos, Carlos Zárate, Guadalupe Pintor y Humberto La Chiquita González.
El box, señala en entrevista el cronista, “pertenece a la memoria histórica, no sólo de la ciudad de México, sino de México entero”, también “es el deporte que más satisfacciones le ha dado al país”. Como muestra, Garmabella recuerda que hasta el momento, en estas tierras han nacido 116 campeones del mundo, sólo seguido de Estados Unidos, que ocupa la primera plaza.
Para el autor no hay lugar a dudas, la historia del box en México es una narración de la victoria, aunque no muchas veces, salir en hombros esté asegurado en el cuadrilátero. “El boxeo es propio de los países subdesarrollados, es el deporte propio de la miseria, ¿de dónde surge normalmente el boxeador?, del lumpen, de las clases más bajas. La única arma que tiene para sobresalir son sus puños y la destreza con la que los maneja. Algunos llegan a sobresalir, pero desafortunadamente, entre los amigos, las mujeres y el derroche irracional de dinero regresan al mismo medio, la mayoría de ellos, sin ninguna oportunidad de emerger nuevamente”.
En pocas palabras, señala, el ídolo del pugilismo comulga con el ciudadano común y corriente porque es un holograma de sí mismo. El boxeador, dice, “es un reflejo de lo que es el mexicano. El boxeo es un deporte individual, de un solo hombre; México sobresale porque aquí no sabemos trabajar en equipo, la prueba es que en los deportes de equipo nunca pasamos de un segundo plano”.

El 6 de noviembre de 1957, Raúl Ratón Macías peleó en Los Ángeles contra Alphonse Halimi por la unificación del campeonato mundial. En vísperas del encuentro, recuerda el periodista y cronista José Ramón Garmabella, la cabeza principal a ocho columnas de Últimas noticias, de Excélsior, rezaba: “La iglesia ora por la victoria del Ratón”.

La popularidad del boxeador, fallecido el 23 de abril pasado, fue comparada por muchos con la de Pedro Infante. Su gloria corrió a la par del surgimiento de la televisión y muchos afirman que ningún aparato permanecía apagado durante sus encuentros, por el contrario, incluso se rentaban sillas frente al televisor por sólo un peso, que incluían torta y refresco.

Dueño de un estilo cuya fuerza golpea por el lado de la franqueza, la inteligencia y el leguaje ameno, Garmabella ha ocupado una esquina del ring para enfrentar a los hombres detrás de la leyenda. Grabadora en mano y con los oídos de un periodista de viejo cuño, el cronista asesta un nuevo golpe: la publicación del libro Grandes leyendas del boxeo (Random House Mondadori, De Bolsillo, 2009) en donde recoge los testimonios del Ratón Macías, José Ángel Mantequilla Nápoles, Ultiminio Ramos, Carlos Zárate, Guadalupe Pintor y Humberto La Chiquita González.

El box, señala en entrevista el cronista, “pertenece a la memoria histórica, no sólo de la ciudad de México, sino de México entero”, también “es el deporte que más satisfacciones le ha dado al país”. Como muestra, Garmabella recuerda que hasta el momento, en estas tierras han nacido 116 campeones del mundo, sólo seguido de Estados Unidos, que ocupa la primera plaza.

Para el autor no hay lugar a dudas, la historia del box en México es una narración de la victoria, aunque no muchas veces, salir en hombros esté asegurado en el cuadrilátero. “El boxeo es propio de los países subdesarrollados, es el deporte propio de la miseria, ¿de dónde surge normalmente el boxeador?, del lumpen, de las clases más bajas. La única arma que tiene para sobresalir son sus puños y la destreza con la que los maneja. Algunos llegan a sobresalir, pero desafortunadamente, entre los amigos, las mujeres y el derroche irracional de dinero regresan al mismo medio, la mayoría de ellos, sin ninguna oportunidad de emerger nuevamente”.

En pocas palabras, señala, el ídolo del pugilismo comulga con el ciudadano común y corriente porque es un holograma de sí mismo. El boxeador, dice, “es un reflejo de lo que es el mexicano. El boxeo es un deporte individual, de un solo hombre; México sobresale porque aquí no sabemos trabajar en equipo, la prueba es que en los deportes de equipo nunca pasamos de un segundo plano”.


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